Por Karim Alume

La transformación del modelo productivo debe ser parte de ese consenso político y social primario sobre los ejes de nuestro desarrollo; consenso que permita ir sumando contenido a medida que se va realizando con objetivos concretos y compartidos.

Este desafío forma parte de esa densidad nacional, de su redescubrimiento, consolidación y puesta en marcha, lo que permitirá la elaboración de un plan concreto de acción que persiga el objetivo común del desarrollo.

A lo largo de la historia, se destaca la inexistencia de políticas industriales coherentes y de largo plazo, se repiten leyes de promoción industrial, regímenes de desarrollo industrial, etc. Uno tras otro se han planteado programas referidos al sector industrial que permitieran enfrentar el problema central de la economía: la insuficiencia de divisas. Uno tras otro, sin los consensos necesarios que permitieran transformarlos en una política de estado que les brinde estabilidad ante los cambios de modelos políticos.

La falta de mayores logros se vincula con que la administración de las diferentes políticas asociadas al desarrollo estuvo cada vez más dominada por cuestiones de corto plazo, en las que pesaba cada vez más el clima político y social.

Cada una de las políticas de desarrollo productivo debió interactuar con una dinámica cíclica de corto plazo, que condicionó y condiciona el horizonte de posibilidades de alcanzar un desarrollo más profundo y estable.

La necesidad de revertir este estado es claramente uno de los principales objetivos que debe tener un proceso de transformación de la estructura productiva de nuestro país.

Los consensos deben definir el modelo productivo de nuestro país, siempre teniendo en cuenta que el mismo está intrínsecamente vinculado a la inserción internacional, la que termina condicionando con quien se comercia y qué, dentro de un esquema de política mundial en donde un país como Argentina dada la condición de periférico tiene el difícil desafío de revertir.

La simple inserción internacional como proveedores de materias primas no nos transforma en un país desarrollado; de allí el desafío de construir en nuestro país un modelo productivo con una estructura más diversificada y con mejor inserción internacional.

Se requiere una transformación, ya que el modelo productivo argentino asociado a sus riquezas naturales y al consumo interno concentrado representa, en la manera que está concebido, un ancla para el desarrollo.

En nuestro país debe plantearse un modelo de producción distinto, que promueva la expansión de la capacidad industrial, que privilegie la generación de divisas a partir de las exportaciones y sustitución de importaciones, que fortalezca la participación equitativa del país, que revierta la ya consolidada desnacionalización de su aparato productivo, que promueva el ingreso de inversiones a los sectores productivos dejando de lado el nocivo modelo de capitales de especulación financiera y que en definitiva permita tener un modelo productivo que logre equilibrar la balanza comercial de nuestro país.

Nuestra estructura productiva presenta un desequilibrio consolidado en el tiempo en términos de lo que exportamos versus lo que importamos que, aun cuando el país crece, enfrentamos el dilema de cómo financiar ese crecimiento. Es ese desequilibrio, en definitiva, el que debemos enfrentar si aspiramos a iniciar el camino del desarrollo; en sí, transformar el modelo productivo.

Esta transformación de nuestro modelo productivo requiere necesariamente que tengamos en claro que una materia prima que se exporta sin agregar valor es una oportunidad perdida. La producción primaria como oferta exportable sin agregado de valor es lo que claramente nos marca la distancia que nos separa del desarrollo.

Como decía Aldo Ferrer, la eliminación de ese desequilibrio crónico de la balanza de pagos es un requisito impostergable para el desarrollo, ya que no es posible que un sector rural eficiente deba ser el sostén de un modelo productivo cerrado e ineficiente.

Tal y como está planteado el modelo agroexportador de nuestro país, su insuficiente generación de divisas termina configurándose como un techo a cualquier programa de industrialización que no conciba al agregado de valor como un eje fundamental.

Es necesario impulsar una agenda de innovación y cambio tecnológico, para intervenir de modo inteligente y activo en la definición de un perfil productivo integrado al mercado mundial.

Para ello, los consensos para la transformación productiva de la Argentina deben incluir de manera sólida a la ciencia y tecnología como política de estado. Posicionar a la ciencia y la tecnología como política de estado es uno de los actos de rebelión más importantes que nuestro país puede tener frente a la división internacional del trabajo que nos quiere como un país “primarizado”: productor de materias primas sin valor agregado.

Cuando planteamos la transformación productiva, también tenemos que tener presente que el alto nivel de desigualdad económica de las regiones, provincias y localidades en nuestro país genera, entre otras cosas, migraciones internas, crecientes costos de aglomeración en los polos desarrollados y desmejoramiento relativo de las regiones deprimidas, dividiendo nuestro país entre zonas que concentran la mayor actividad económica y otras que se constituyen en exportadoras de manos de obra hacia áreas desarrolladas.

Proyectar y construir políticas públicas inspiradas en el desarrollo, en la geografía económica, en la localización y en la competitividad son claves para fortalecer la integración territorial, no sólo desde el punto de vista económico y productivo, sino también desde el social y humano.

De esta manera, creemos que el desarrollo más equitativo entre las diferentes regiones de nuestro país debe estar ligado al crecimiento económico y a la expansión productiva.

Descentralizar geográficamente el sector industrial implica no solo concebir el agregado de valor en origen como un aliado fundamental, sino también el uso óptimo de la infraestructura ya existente, así como el desarrollo de nuevas metas en materia de infraestructura que estimule el desarrollo industrial federal, teniendo siempre presente que la planificación del modelo logístico de nuestro país es determinante para el cambio de nuestra matriz productiva.

Para cada una de estas transformaciones es necesario tener una sólida conciencia industrial ya que la industria como herramienta fundamental para el agregado de valor y transformación productiva es un fenómeno económico, político y social.

Por ello, para revertir esta realidad, para transformar nuestra matriz productiva, se requiere por un lado una profunda convicción nacional que se materialice más allá del discurso y un plan de desarrollo consensuado, consistente y que se sostenga en el tiempo. Parte de dicha convicción nacional se basa en tener en claro que los adversarios son aquellos que a lo largo de la historia han lucrado con el subdesarrollo de nuestro país.

Para la transformación de nuestro modelo productivo, que combine el agregado de valor y la federalización como ejes fundamentales, debemos concebir a la industria como protagonista de este, ya que es a fin de cuentas un potente generador de empleo, que en nuestro país es el catalizador más importante de la redistribución de la riqueza y la justicia social.