Por Santiago García

En el presente artículo se abordarán viejas cuestiones que ya han sido planteadas por “la ancha avenida del medio” en épocas anteriores. Lo cierto, es que la polarización argentina nos deposita permanentemente en un River-Boca que, en muchos casos, no es tal. La grieta se presenta en la cena familiar mucho más frecuentemente que en las comisiones del Congreso de la Nación.

La aparición de nuevas terceras alternativas amenazan la hegemonía electoral de los dos espacios que se vienen disputando el gobierno desde el 2015. Digo esto porque la nueva corriente que se gestó en medios y redes no es una opción que busca la moderación —asumiendo que quienes hoy gobiernan y los que buscan volver a gobernar, representan corrientes tajantemente opuestas—, diferenciándose de las tradicionales “terceras vías” acuerdistas que apelaban (hasta la elección del 2019) a unir a la Argentina.

Sin dudas hubo históricamente un poco de verdad en la propuesta de la tercera opción respecto a “superar la grieta”, y hay algo de verdad en las actuales ideas que señalan que la dirigencia política funciona como una sola organización, sin importar la ideología. Esta nueva corriente se hace eco del hartazgo social, que en otros momentos de nuestra historia se llevó puesto al sistema para que afloren los estabilizadores de siempre, y no parece tener miramientos a la hora de catalogar a la dirigencia política como “casta de delincuentes”. Es interesante el planteo que realizan estos nuevos espacios políticos para el futuro nacional y nos debe poner a analizar diversos puntos en los cuales trabajar como sociedad.

Quien escribe no tiene dudas que Argentina necesita una gran flexibilización laboral, pero es bien sabido que de ser una medida aislada, dejaría desprotegido a un sector de la población ante un sistema económico inviable y deficitario; por lo tanto, un paquete de cambios es lo que debe encarar un país que se propone volver a la senda de la prosperidad.

Para llevar adelante las necesarias reformas económicas, las del sistema educativo, en lo laboral y, consecuentemente, en lo social, es imperioso que la dirigencia política dialogue pero, esta vez, para ponerse de acuerdo en políticas básicas de Estado que no puedan ser borradas con el codo.

SOBRE EL GOBIERNO

Quien asuma el gobierno en 2023 deberá tener una estrategia de contención y otra de gestión: la primera, la de contención, sirve para preparar el barco para soportar las épocas de tormenta, pero también para saber cuando desplegar las velas cuando soplen vientos favorables. Estas medidas deberán ser temporales y tranquilizar las demandas que se precipitan en la calle luego de la jura de los ministros más relevantes en lo social (Min. de Desarrollo Social y Min. de Trabajo).

El principal foco de conflicto y masividad vendrá de la mano de los desocupados y excluidos que copan las calles, mediante su derecho constitucional a manifestarse que colisiona con los derechos de otros compatriotas. Estos movimientos sociales nucleados por determinados punteros y dirigentes deberán ser contenidos con los acuerdos temporales de siempre: “plata y a otra cosa”. Asimismo, el parche económico para las organizaciones sociales debe estar seguido de la advertencia de control estricto a futuro, con capacitaciones y balances que no deberían tardar más de seis meses.

Se debe apuntar a conseguir que la Argentina salga del estado de democracia plebiscitaria permanente para evolucionar a una sólida democracia republicana, donde los derechos sean ejercidos directamente por quienes son los titulares y no por punteros políticos (cuando decimos punteros políticos, nos referimos a la actual apreciación del mismo y no a la antigua concepción que refería a la persona que en los barrios señalaba a quienes eran del lugar y cuáles eran sus necesidades; digo esto porque hoy en día hay que aclarar incluso que Hipólito Yrigoyen era populista “de los de antes” y no encuadraría en las actuales definiciones negativas del término).

Avanzar hacia un país que les quite peso a los que hacen de intermediarios entre las personas y el Estado irá debilitando las estructuras de quienes negocian con la pobreza, pero podrán volver a la vieja usanza de representar a los más débiles de la relación laboral desde el sector sindical. En un primer momento habrá una feroz resistencia y ahí es cuando hay que apelar a la cintura política. ¿De qué forma? Señalando que con un paquete económico —que desde la primera hora deberá estar ejecutándose— seguido de los proyectos que más adelante mencionaré, el empleo argentino florecerá y su rol de punteros podría pasar a ser el de sindicalistas.

Con esto, nos conectamos con el segundo actor de peso a contener: los trabajadores sindicalizados. El avance de la pobreza ha potenciado a los “dirigentes sociales” y ha disminuído a los sindicalistas. Lamentable situación, considerando que es el resultado del poco empleo registrado que hay en nuestro país. Antiguamente el peso de la CGT era tal que un paro general podía congelar todo el país. Hoy eso no es así, y una medida de fuerza es el último de los recursos, no por “tibios”, sino que es debido a la escasa representatividad en la sociedad que detenta la Confederación.

El actor sindical también debe atravesar cambios; una profunda democratización propiciando la alternancia en los cargos sindicales, que se traduzcan en una efectiva tutela por los intereses de los trabajadores. Acá nos encontramos con el mismo escollo que cuando se tocan los intereses de los dirigentes sociales, pero, como se señaló anteriormente, el gobierno deberá hacer hincapié en los beneficios de una reforma económica y laboral que traerán aparejadas un notorio incremento en los índices de empleo y, consecuentemente, mayor peso político para el sindicalismo.

El tercer sector a contener es el votante. Según el color político que gobierne se podrán aplicar parches, de la misma manera que con los dos anteriores actores. Porque la supervivencia depende esencialmente de quien te depositó en el cargo. Es falso que una vez concluídas las elecciones el votante someta a sus gobernantes a prueba permanente. En realidad, lo que espera es no haberse equivocado y, aunque la realidad golpee, no querrá reconocer su error; dar el brazo a torcer no es muy argentino que digamos.

Una parte de tus votantes serán los primeros defensores y difusores del gobierno que eligieron. Entonces, se los debe contentar en la pretensión y mantenerlos informados. Todo, teniendo como horizonte una transformación (para mejor) definitiva.

Posiblemente, un gobierno distinto al actual en lo nacional podría apelar a “la mano dura” que aprecia una parte de los votantes de esos espacios —como una medida temporal— en aspectos como seguridad y control de cortes. También se podrían comunicar de manera sencilla los problemas heredados por el gobierno anterior y el plan para solucionarlos. Estos puntos pueden variar de acuerdo a la interpretación que se haga sobre el sector del pueblo que legitiman al gobernante mediante el voto. De continuar el mismo color político, y siguiendo con esta idea de pensar el futuro, deberá reinterpretar a sus votantes y ofrecerles los “caramelos” indicados para los primeros meses de mandato.

En resumen, los tres actores señalados, y apelando a una simplificación del espectro social y político, están relacionados directamente con la estabilidad del gobierno, y tienen que ser abordados desde la contención, pero principalmente por una política responsable que permita prescindir de parches.

SOBRE LA GESTIÓN

En primera instancia, hay que mencionar lo que debería ser la principal medida de un Estado atrasado; una profunda reforma educativa. Es imperioso encarar una transformación que modifique el modelo fabril que tenemos actualmente. Busquemos el modelo que a otros le hayan funcionado y hagámoslo compatible con la idiosincracia Argentina, pero hagámoslo cuánto antes para poder ofrecerles a las empresas personas formadas que ocuparán los puestos que hoy están vacantes, tristemente, por falta de capacidad y no de cantidad de ofertas y postulantes.

Para este proceso hay que apuntar a la nacionalización de la asignación de recursos, quitándole a las provincias la hermosa responsabilidad de administrar la educación. El principal problema que resultó de la política educativa del menemismo, más específicamente con la descentralización de la educación, radica en la precariedad que vuelcan las provincias pobres en sus escuelas; distinto a lo que puede ocurrir en C.A.B.A.

¡No seamos ingenuos!  Aunque digan lo contrario, todos los dirigentes políticos y militantes pensamos en elecciones, y como los resultados de la política educativa que modifique contenidos, formas y establecimientos, llevará tiempo para implementarse y los resultados de ello se verán a largo plazo, hay que diseñar un plan a corto plazo. Ya hemos mencionado en el punto de la supervivencia algunos problemas que implican, además de acciones inmediatas, políticas serias que modifiquen la vida de los argentinos, como la reforma sindical, la eliminación de los intermediarios sociales y un marco económico favorable. Este último impulsado por una reforma laboral e impositiva que baje a Argentina del ranking de los países con mayor presión tributaria del mundo.

Distintas voces opinan sobre diversos caminos que deberá tomar Argentina para mejorar el día a día de la gente. Algunas de estas deben ser entendidas como centrales y conseguirán oxígeno hoy y mañana. Comprender que la inflación es un impuesto no legislado es el primer paso para, no sólo dejar de emitir descontroladamente, sino que sirve para fijar una política de Estado sobre el Banco Central -que algunos quieren dinamitar-, dónde éste pase a ser independiente del órgano ejecutivo y permita que la economía se mantenga sólida a pesar de cualquier crisis política que atraviese el gobierno. Otras son propuestas accesorias que, en principio, no modificarían sustancialmente los números de Argentina, como la propuesta de tirar abajo las cárceles y apelar al trabajo como “pena” para quienes cometieron delitos.

Necesitamos tener problemas nuevos en Argentina porque los que acarreamos actualmente son los mismos de hace treinta años. Sin ir más lejos, el último logro que tuvimos fue la recuperación de la democracia y no pudimos avanzar en profundizarla.

Este texto no tiene la pretensión de ser ningún manual de gobierno, porque lejos estoy de los exitosos modelos que hemos tenido en las últimas décadas, y que han hecho lo opuesto a lo que aquí se plantea. Aunque creo necesario remarcar que para llevar adelante un paquete transformador de reformas se necesitan grandes acuerdos que, tarde o temprano, tendrán que aparecer.

A modo de conclusión quiero señalar que el título del presente texto contiene la palabra “casta”, un latiguillo muy utilizado en la actualidad. Si bien es cierta la existencia de un agrupamiento de dirigentes de todos los espacios que funcionan para sí mismos, la solución recae en ellos ahora y dentro de los próximos diez años; es una cuestión matemática y electoral. Las alternativas que se mencionan aquí contienen el componente estatal como eje central, pero no puedo atreverme a plantear si conviene un Estado chico o un Estado grande, porque lo que necesitamos es, simplemente, un Estado eficiente. Quizás estas nuevas expresiones no toleran ninguna expresión del Estado en la vida de los particulares, pero lo que acá se intentó abordar es la mejora en la administración del Estado —sin importar su tamaño actual o el que se pretenda— sin estallar en el intento, y eso aplica a todos.

Por todo esto, la denominada “casta” deberá ponerse de acuerdo en políticas a largo plazo que permitan la supervivencia de un Estado eficiente que regule los aspectos de la vida que hoy están en situación crítica. De lo contrario, el fantasma de la antipolítica se los puede llevar puestos a todos, y “los salvadores” volverán a ser los mismos de siempre, volviendo a desaprovechar un doloroso default.