Por Francisco Agustín Hueda*

La Argentina tiene razones históricas, geográficas y diplomáticas para sostener el reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas.

En primer lugar están los argumentos geográficos: Las islas forman parte de la plataforma continental de la Argentina y además es notorio el contraste entre la proximidad de las islas Malvinas respecto al territorio continental y la distancia que existe entre las islas y Gran Bretaña. Este argumento cobra mayor relevancia en la actualidad debido a los recursos naturales claves que hay en la región y a que es una puerta de entrada a la Antártida.

En segundo lugar, existen argumentos históricos. Los territorios fueron heredados de España, luego de declarada la Independencia, tal como ocurrió con el territorio continental Argentino. Los sucesivos gobiernos patrios mostraron la voluntad política de sostener la soberanía de las islas. La prueba política más sobresaliente de esta voluntad fue la creación de la comandancia política y militar de las islas Malvinas y el nombramiento de Luis María Vernet como civil a cargo de esa comandancia.

En tercer lugar, están los argumentos jurídicos. La Argentina jamás renunció a sus derechos, encaró reclamos diplomáticos permanentes  y obtuvo el pronunciamiento favorable de organismos internacionales como la ONU y la OEA.

Hacia la década del sesenta del siglo XX, la cuestión Malvinas cobró un giro importante en la agenda internacional. El reclamo argentino cuenta a su favor con la solidaridad sudamericana que se manifestó en los pronunciamientos del MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC, basados en la creencia de que la unión de los países de la región es condición de posibilidad para el ejercicio de las autodeterminación de los pueblos del continente frente a cualquier acción que lesione la integridad territorial por parte de las grandes potencias mundiales.

Ahora bien, la guerra de Malvinas es uno de los episodios más difíciles de explicar del pasado reciente. Por un lado, está vinculada a una causa justa pero, por otro, fue una decisión desacertada de la última dictadura, iniciada un 24 de Marzo de 1976 tras el derrocamiento a la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón y clausuró todas las instituciones fundamentales de la democracia. Esta dictadura recibió características inéditas recibiendo el nombre de “terrorismo de estado”, con la finalidad metodológica represiva que logró desarticular redes sociales solidarias construidas durante décadas. Y para hacerlo montó un aparato clandestino destinado al secuestro, asesinato, la muerte, el exilio, el silenciamiento y la desaparición de personas.  

Los militares aterrorizaron a la población y también rediseñaron el rumbo económico nacional. La Argentina pasó de tener un modelo de acumulación de corte productivo a otro netamente especulativo y financiero.

A principios de la década del ochenta, la dictadura empezó a ser cuestionada desde varios frentes: la creciente actividad sindical y la crisis económica, las denuncias por violaciones a los derechos humanos y los reclamos de la multipartidaria (Entidad que agrupaba a partidos políticos nacionales y provinciales). El 30 de marzo de 1982 se produjo una importante movilización opositora convocada por la CGT (confederación General del Trabajo) bajo el lema “PAZ, PAN Y TRABAJO”. La marcha no pudo cumplir con su objetivo de llegar a Plaza de Mayo porque fue duramente reprimida, pero pudo mostrar en la calle su espíritu crítico. Una de las consignas más cantadas fue “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.

Sin embargo, dos días después la atención pública fue acaparada por una noticia inesperada: el 2 de abril una fuerza conjunta argentina integrada por 600 efectivos desembarcó en las cercanías de Puerto Argentino y recuperó las islas Malvinas luego de breves combates que produjeron un muerto entre los argentinos.

Durante abril de 1982, aproximadamente diez mil soldados consolidaron las posiciones argentinas en las islas Malvinas. Alrededor del 80% de las tropas que envió el ejército y la marina y el 10% de los militares de la fuerza aérea eran jóvenes conscriptos, es decir que estaban haciendo o habían hecho el servicio militar obligatorio. La mayoría de estos soldados eran de las clases ´62 y ´63. Los primeros fueron reconvocados porque habían obtenido la baja semanas antes del inicio del conflicto. Los segundos apenas llevaban días de instrucción.

Una vez en las islas los soldados encontraron obstáculos muy difíciles de sortear en la adaptación al clima, la escasez de alimentos y los malos tratos por parte de algunos oficiales, que reprodujeron en las islas las formas autoritarias que practicaban en el continente. Los castigos incluyeron la práctica del “estaqueo”.

Durante el mes de abril, los soldados surcaron el terreno para construir los denominados “pozos de zorro”, donde pasaron la mayor parte del tiempo, El suelo de las islas resultaba inhóspito porque, en buena parte, estaba compuesta de turba, que dejaba filtrar el agua con rapidez y anegaba los pozos donde los soldados vivían y asentaban sus puestos de lucha. En esos puestos, donde convivían alrededor de cuatro soldados, se fueron tejiendo lazos de compañerismo que resultaron imborrables.

En principio, el objetivo de la conducción militar argentina era desembarcar en las islas para forzar una negociación con el Reino Unido. La dictadura no preveía una respuesta militar británica. Y entonces yo me pregunto, cuando se exclamo “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, ¿se esperaba la muerte de 649 soldados argentinos y 225 ingleses? La proporción de caídos argentinos en batalla es una de las más altas en las guerras del siglo XX.

A modo de conclusión y reflexión, dejo un testimonio de un Ex-combatiente.

Una historia demasiada apegada a un legajo, que históricamente queda como una trascendencia y en mi alma marca una forma de ver la actualidad de nuestros intereses. Es justamente un “2 de Abril de 1982” en donde se desarrolló un conflicto territorial entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte por la disputa de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur.

Curiosamente sobrepaso el tiempo pensando como (en muchísima menor escala) la vida de un soldado de 18 años inexperimentado puede ser comparada con la mía. Son muchas por suerte las historias de los combatientes que fueron a Malvinas y lograron volver, una de ellas es la historia de Fabián Volonté tenía 19 años y había terminado la colimba un mes antes. Había vuelto a Flores, a trabajar en el taller mecánico con su viejo. Ahí se encontraba el 2 de abril cuando oyó que Argentina había tomado las islas. De ahí en adelante, todo sucedió muy rápido. Un pibe que se levantó a hacer su vida cotidianamente escuchaba por la radio a un verdadero incompetente, llamado Leopoldo Fortunato Galtieri, diciendo “Si quieren guerra tendrán guerra, los estamos esperando”. ¿Quiénes?, me pregunto.

Lo describo como un incompetente porque me hace acordar demasiado a la barbaridad que tengo algunas veces cuando sin pensar las cosas digo lo que instintivamente creo que me va a fortalecer y me termina destruyendo el alma, generando recuerdos intachables, pero no solo en las paredes de una ciudad de penas, sino en un corazón con memoria.

Tengo cierta apreciación personal con esta historia por algo en particular, que creo que si me hubiese tocado pasar toda esa situación, tomaría las mismas acciones -Un 2 de Abril, 2 preguntas fundamentales, 2  frases, 2 opciones pero solo 1 persona que tomaría la decisión- ¿A quién debería avisarle que me voy a Malvinas? Y ¿qué debo llevar?

Noto mucho en las personas, que pasamos los días encontrándonos con cientos de sujetos, cada uno especial pero sin relevancia alguna, está bien, puede que un poco nos interesen, ya sea porque alguno nos dio un laburo, otro capaz nos aconseja, otra posiblemente nos hace reír, incluso alguien que me agrada porque me inspira confianza. Pero fuertemente ¿Quién creen que deberían ser esas primeras personas en enterarse de que se van? Para capaz no volver y ¿si considero la posibilidad de no volver? ¿Será necesario condenar a un otro vivir, sabiendo que me llevaría una parte de él o ella? En cierta parte sí, es necesario que se enteren el motivo de una partida sin rumbo, una huida de la vida hacia la perdida inmediata de la realidad, que deja una huella en nuestro futuro totalmente alterable luego de cada circunstancia y capaz donde encuentre un final lejos de ellos sin verlos nunca más. Pero no nos olvidemos que estamos en un viaje por 1982 y no había un especialista en administración de riesgos sobre los hechos realmente.

Fabián Volonté al enterarse que debía partir -“No le digas a la vieja, me voy a las Malvinas”, confesó a su hermano por teléfono. “Tráeme puchos y una cámara de fotos”, le pidió antes de cortarle.-

Con esa cámara que le había pedido a su hermano, retrató todo lo que pudo en las islas. Aviones de guerra que rozaban el agua, la escuela secundaria que usaron de base de comunicación, a los compañeros enterrados en las trincheras. Verdaderamente experiencias que arruinan la mentalidad de cualquier hombre, aunque no nos olvidemos que no era un soldado de elite, muy por lo contrario, solo era un pibe de 19 años con claramente una pasión distinta, impulsada por el arte a la fotografía. Y una dependencia hacia la nicotina del cigarrillo, que puede relajar el cuerpo momentáneamente en situaciones de ansiedad, pero prolongado este tiempo es una bala más a la que nunca vamos a poder escapar.

Cuando uno enciende un pucho, es automática la acción de llevarlo a la boca y prenderlo, nunca nos cuestionamos: “¿tengo ganas de fumar?”. Únicamente se aprecia el proceso de durabilidad del cigarro, en un principio notamos cómo actúa en forma de un placebo para nuestro sistema nervioso, perfecto, hizo efecto, cuando va por la mitad podemos observar como el humo que va desprendiéndose es claramente más intenso y lleno de olor a problemas. Pero de todos modos se disfruta como las cenizas van cayendo sabiendo que cada vez falta menos para que termine el sufrimiento, de saber que uno está haciendo mal pero le sirve de cierto modo. La última parte del cigarrillo es el más importe para todo consumidor, se siente como el calor aumenta muy drásticamente hacia los dedos y el humo empieza a rodear nuestra mano al estar por acabarse, ya no hay muchas cenizas, solo un recuerdo de haber prendido un pucho sin saber por qué.

Terminado el proceso, uno vuelve a ponerse el uniforme de piel humana, salir a la guerra esperando defender todo aquello que considera es necesario para estar en paz con uno mismo.

*Estudiante de Derecho, UNLaR.