Por Ludmila Belingueres.

INTRODUCCIÓN 

“Y como las zonceras se revisten de un aire solemne – que forma parte de su naturaleza – les haremos un `corte de manga´ tratándolas en el lenguaje del común, que es su enemigo natural, escribiendo a la manera del buenazo de Gonzalo de Berceo en su `Vida de Santo Domingo de Silos´:

Quiero fer una prosa en roman paladino,
en qual suele el pueblo fablar a su vecino”

Arturo Jauretche, Manual de Zonceras argentinas.

Si el propósito de quien escribe es que otros, los que lo lean, entiendan lo que quiere contar, entonces es apropiado continuar la línea del planteo de Jauretche. Y si vamos a hablar de lo político o de política, entonces, no debemos escatimar en claridad y sencillez, que no es lo mismo que decir simplismo o frivolidad. Este artículo, intenta modestamente generar algún tipo de entendimiento y es por eso que comienza – quizá a modo de compromiso – citando a aquel memorable y valiosísimo pensador nacional.

En la política argentina, un tema recurrente – quizá demasiado – es el de la llamada “grieta”, una metáfora que es menos comprendida que difundida. Probablemente, no pocos interpreten que esa grieta existe porque hay dos sectores políticos que no logran ponerse de acuerdo, o que son dos grupos de “fanáticos” – aunque habría que evaluar bien ese concepto – o de personas enceguecidas que culpan de todos los males “al otro”, al que está “frente” a ellos. Puede que haya un poco de todo esto, pero el tema no se agota en esas interpretaciones poco profundas y que, no tienden a “cerrar” la grieta si así llamamos, como dije, metafóricamente a las divisiones ideológicas que existen en nuestro país, como existen en todo el globo.

Es evidente que hay, entre otros, un motivo esencial en este tema: no sabemos no estar de acuerdo. Ciertamente, que todos los ciudadanos de un país estuvieran de acuerdo en todo, no solo sería una utopía absurda, sino también poco saludable. Este artículo se propone abordar la distinción “amigo – enemigo” en la política, en base a un trabajo del politólogo y filósofo político alemán Carl Schmitt, autor reconocido en el ámbito de la Ciencia Política, y que revisaremos aquí cumpliendo con la difícil tarea de escribir fácil, dejando a disposición del lector, la posibilidad de pensar los enfrentamientos políticos y la falta de acuerdo como parte de eso a lo que llamamos “política”, sin que implique – aquella frase que más de una vez oímos – “evitar hablar del tema para ahorrar peleas” por supuesto, de corte personal. Me adelanto, si las discusiones implican peleas personales, probablemente no se esté hablando de política con seriedad.

Por último, alguien podrá preguntarse si el intento de explicar a través de algunos conceptos de la Ciencia Política una frase “no científica” que se difunde en ese tiempo poco preciso que llamamos “todos los días”, no es acaso una inútil pérdida de tiempo. Permítaseme responder a un potencial receptor que se formule aquella pregunta: cuando se impone de manera general, a través de mecanismos que veremos en el análisis, el temor a hablar de “política” – generalmente tiene que ver con temas relacionados a la política partidaria – atribuyendo al concepto la explicación de cuestiones que probablemente sean otra cosa – y no política – se construye un imaginario virtualmente despolitizante que es peligroso, por lo tanto, es preciso que utilicemos las definiciones de la Ciencia Política para combatir cualquier amenaza al diálogo político entre personas o grupos que están en desacuerdo.

AMIGOS Y ENEMIGOS, LA DISTINCIÓN DE LO POLÍTICO.

Comencemos por ingresar al pensamiento del autor para luego reflexionar sobre el presente que nos convoca profundizando algunos conceptos que serán explicados ahora brevemente. Además, advertiremos que es posible utilizar definiciones de gran prestigio en la Ciencia Política para aplicarlas en la cotidianidad y generar debates más constructivos, saludables y propiamente políticos.

En un trabajo que data del año 1939, Carl Schmitt desarrolla una serie de conceptos y explicaciones muy interesantes para comprender cuál es la esencia de “lo político”, qué es “lo político” y cómo podemos llegar a un concepto que nos dé respuestas.

Para llegar al concepto de “lo político” se deben fijar categorías que sean concretamente políticas, que sean autónomas y que actúen con independencia en relación a otras áreas del pensamiento y de la acción humana (como puede ser lo estético, lo moral, lo económico). Para Schmitt, “lo político” debe consistir en alguna distinción de fondo, una distinción a la que pueda remitirse el actuar político y que exprese el porqué de los comportamientos políticos.

Para ser claros, en la jerga de este autor y en el tema que específicamente tratamos, la expresión “distinción de fondo” hace referencia a una pareja de conceptos opuestos entre sí. Sin esa oposición interna, el concepto que se intenta definir (en este caso la política) perdería su esencia y no podría existir.

Veamos los ejemplos que da el autor: si la distinción de fondo en el plano de lo moral es “lo bueno y lo malo”, en el de lo estético es “lo bello y lo feo” y en el de lo económico es “lo útil y lo inútil” o “lo rentable y lo no rentable”, entonces, es aquí donde aparece la pregunta fundamental: ¿cuál es la distinción de fondo de lo político? Permitamos que Schmitt nos responda.

La distinción que ofrece al autor y a la que pueden referirse las acciones y los motivos políticos es la de “amigo y enemigo” (freund und feind). Esta distinción, es autónoma e independiente, no es reductible a las distinciones de otras áreas. Es decir, el enemigo no siempre será estéticamente feo, moralmente malo o incluso inútil para hacer negocios económicos. Por lo tanto, la distinción indica el grado de intensidad de una unión o una separación, de una asociación o disociación y puede subsistir y existir de manera teórica, pero también práctica, sin que las demás distinciones deban ser obligatoriamente empleadas.

EL ENEMIGO.

El enemigo, un imaginario de connotación negativa muy evocado por unos y otros. Un concepto recurrente que parece – solo parece – no tener la necesidad de ser explicado, porque se presume que en general es conocido lo que es un enemigo y, es más, probablemente quien esté leyendo estos párrafos tenga su propia definición. Pero si dejáramos el concepto al libre albedrio del lector, podríamos caer en el equívoco de pensar a la definición de “enemigo” como algo que no parece tener límites y que no hace diferenciaciones entre una suerte de “tipos de enemigos”. Es por esto que, las subjetividades en este caso pueden desembocar en confusiones y por ello se intentará brindar una conceptualización política a través del autor.

Antes de introducirnos en la definición concreta, es preciso comentar que Schmitt atribuye parte del equívoco de la – llamémosla así – “no diferenciación entre tipos de enemigos” a que la lengua alemana (propia del autor) no tiene un concepto exclusivo para el enemigo público y otro para el enemigo privado. Pero ahora sí, veamos qué definición le da el autor al enemigo, algo que será central a lo largo de todo este análisis.

Para Schmitt el enemigo es “simplemente el otro” (Schmitt, 1939) aquello que representa una amenaza o una negación del modo propio de existir y que, por lo tanto, implique un combate, una defensa, una agrupación frente a ese ese “otro” que nos amenaza. Y que, en caso de que el concepto sea llevado al extremo, exista virtualmente la posibilidad de la guerra.

Schmitt también señala que en la realidad psicológica el enemigo es tratado fácilmente como malo y feo, algo que no hará que esas calificaciones que pertenecen al área de la moral y de la estética dejen de ser autónomas. De cualquier manera, es importante dejar en claro que lo estéticamente feo, lo moralmente malo o lo dañino económicamente, no es por simple “lógica” el enemigo. Y – haciendo uso de las antítesis – lo bueno, lo bello y lo útil, tampoco será obligatoriamente el amigo.

Es ahora cuando llega a nosotros lo – tal vez – más relevante a nuestro análisis. Y es que Schmitt pone un notable empeño en destacar que los conceptos de “amigo” y “enemigo” deben ser comprendidos en su significado existencial y no como metáforas o símbolos, pero mucho menos – probablemente jamás – deben ser entendidos en un sentido individualista y privado.

Ahora todo lo anterior tiene sentido y podemos obtener conclusiones como la siguiente: el enemigo en la política es un enemigo exclusivamente público y conoce límites. Lo primero porque el enemigo no es privado, ni íntimo, no es alguien que nos odia o que odiamos por motivos de antipatía, es más, es muy probable y casi común que no conozcamos personalmente a nuestros enemigos en la política. Y lo segundo porque el concepto de “enemigo político” tiene límites y solo abarca lo público.

Por todo esto, no sería imposible aventurarnos – no sin riesgos de errar el tiro – a pensar que cuando se exceden, en política, los límites de lo público (siempre hablando de enemigos) y se avanza por sobre lo moral, lo estético u otra área del pensamiento o la acción humana, nos estemos adentrando en algo que no es política.

Sobre el concepto de “guerra” mencionado en párrafos anteriores, es necesario hacer una aclaración que también realiza Schmitt: La guerra – para el autor – no es deseable, ni es el fin de lo político y no considera que deba ser cotidiana, pero sí insiste con que debe existir como posibilidad real para que se pueda hablar de política.

Por supuesto, Schmitt tampoco cree que la esencia de la política sea la guerra e incluso critica aquella expresión de “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, pero la destaca como un factor realmente importante a lo que hace a la existencia del concepto de enemigo. No profundizaré más sobre este concepto, dado que no es completamente relevante al tema sobre el que se trata de reflexionar: por qué existe el imaginario de que toda conversación política cotidiana puede desembocar en dilemas de corte personal y por ello es mejor evitarlas.

EL ENEMIGO ES SOLO EL ENEMIGO PÚBLICO.

Con respecto a la importancia que tiene la diferenciación dentro del concepto de enemigo, entre lo público y lo privado, Schmitt ofrece el ejemplo del pasaje bíblico de San Lucas (6, 27) que reza: “Amad a vuestros enemigos”. Es claro, el pasaje hace referencia al enemigo privado, a aquel que nos hace el mal de manera personal, por odios privados, íntimos y que las concepciones cristianas instan a amar, a perdonar. Pero no al enemigo público, que representa una amenaza al modo de vida propio, como vimos antes.

Hagámonos algunas preguntas – que quizá busquen más reflexiones que respuestas – utilizando como disparador este pasaje, pero llevándolo al área que nos interesa, lo público: ¿Tiene algún sentido amar u odiar a un enemigo político, o sea, público? ¿No son, el amor o el odio, categorías propias de otras áreas de los pensamientos y acciones humanas? Si amar a un enemigo parece una contradicción que roza lo absurdo ¿Acaso odiarlo no lo es?

DIFERENCIACIÓN DE LOS COMPORTAMIENTOS POLÍTICOS.

Para Schmitt “el antagonismo político es el más intenso y extremo de todos” y tanto más política es una contraposición cuanto más se acerque al punto extremo de la agrupación en torno a la distinción “amigo y enemigo”.

En el texto, Schmitt menciona dos comportamientos políticos que podemos distinguir hacia el interior del Estado y que de alguna manera son opuestos:

1. El comportamiento político – estatal (Podríamos pensarlo como poseedor de cierta objetividad)

2. El comportamiento político – partidario (En este caso, existe una carencia de objetividad. El comportamiento es ideológico)

SOBRE LA UTILIZACIÓN DEL CONCEPTO DE “POLÍTICA”.

El autor, por otra parte, brinda una instancia más de explicación o distinción de la esencia del concepto de lo político: “la esencia de las relaciones políticas consiste en la referencia a una contraposición concreta evidenciada en el propio lenguaje”. Para demostrarlo, dilucida entre dos fenómenos que luego relacionaremos con los comportamientos políticos antes mencionados (partidarios y estatales):

1. Todos los conceptos políticos tienen un sentido polémico, un conflicto presente y además están ligados a una situación concreta, de la cual, Schmitt dirá que la consecuencia extrema es el agrupamiento en torno a la distinción central de “amigo y enemigo” y, en el caso de que esa situación deje de existir, el concepto se vuelve obsoleto o una abstracción. Ej.: estado, republica, sociedad, clase, soberanía, absolutismo, estado de derecho.

Pensemos en el concepto que nosotros analizamos: “enemigo”. ¿Si no existen diferenciaciones y desacuerdos, podría existir un enemigo? No, en un mundo utópico “de acuerdo” el enemigo no existiría, por consiguiente, la política tampoco.

El siguiente es el que más nos interesa:

2. “Político” se utiliza – esto ya en 1939, cuando Schmitt escribe – en el mismo sentido que se utiliza el concepto de “político – partidario” que unos renglones atrás, se oponía al concepto de “político – estatal”. Este último, es un concepto que, como ya se dijo, debiera ofrecer cierta objetividad y que su opuesto, nos indica la carencia de la misma. El autor atribuye a esa escasez de objetividad en las decisiones políticas – que son para él, el reflejo de la distinción “amigo – enemigo” – el uso equivalente del concepto: “político” y “político – partidario”.

Por supuesto que Schmitt profundiza el tema, pero para los intereses de este trabajo solo tomaremos el punto 2, ilustrativo al tema que estamos tratando, justamente porque es necesario que no se confunda el concepto de “política” con el de “política partidaria” como ocurre con frecuencia también en nuestros días y suele facilitar algunos equívocos.

En relación a las discusiones que se aborden desde perspectivas partidarias de la política, es necesario decir que son probablemente las que más se aproximen al extremo de la distinción “amigo y enemigo” y que, por lo tanto, en un eventual debate, las partes deben concebir a su enemigo como un enemigo estrictamente público, político y que, vale reiterar, no necesariamente será moralmente malo, estéticamente feo o económicamente inútil.

En otro orden de cosas, pero siguiendo sobre el concepto de “política”, el autor también explica que se desarrollan tipos de “políticas” débiles, que se convierten en “parasitarias y caricaturescas, en las que sobrevive todavía algún momento antagónico del agrupamiento originario basado en la antítesis amigo-enemigo, que se manifiesta en tácticas y prácticas de todo tipo, en competencia e intrigas, y que define los más extraños asuntos y manipulaciones como política” (Schmitt, 1939). El fragmento es profundamente descriptivo de la realidad contemporánea – especialmente la última parte – donde desde los medios de comunicación hasta en las declaraciones de candidatos políticos, se presenta una distorsión alarmante del concepto de “política”.

A priori, es indudable que este fenómeno de distorsión, que se difunde ágilmente en los medios de comunicación y redes sociales, tiene un impacto en la formación de la noción que los ciudadanos construyan de “la política”, esencialmente en un presente donde un vasto sector de la sociedad logra la totalidad o la mayor parte de su información política a través de las redes sociales y los medios masivos de comunicación.

Dicho esto, sería útil realizar la siguiente pregunta: ¿Todo lo que vemos o escuchamos merece ser llamado o ser ubicado bajo el concepto de política? Probablemente haya más de una respuesta a esta interrogación y todas ellas discutibles, pero en términos de lo que este trabajo se propone, es necesario hacer algunas excepciones en lo que, al menos, no merece ser llamado “política”.

Los ataques y las provocaciones personales o las descalificaciones de grado íntimo, permanentes en los intercambios de algunos representantes de la política y también presentes en la comunidad virtual de las redes sociales y en los diferentes medios de comunicación, no son “política”. No obstante, esos espacios convencen a otros, ya sean los seguidores de un candidato, los oyentes de un programa de radio, los lectores de un diario digital o bien los espectadores de algún programa de televisión, de que sí, de que todo eso es “política”.

En la parte inicial de este artículo decía que uno de los problemas más graves al que nos enfrentamos es a “no saber no estar de acuerdo”. Por supuesto que la dimensión en la que Schmitt plantea la distinción de “amigo y enemigo” es mucho más amplia y más extrema de la que podríamos emplear en la realidad que intentamos analizar: una realidad donde se prefiere no hablar sobre cuestiones políticas para evitar discusiones o agravios personales. No obstante, de ella podemos extraer varios conceptos que nos servirán. Intentaré plantear la misma distinción en un plano más cercano, que se corresponda con los propósitos de este análisis.

En este trabajo se ha destacado reiterativamente – pero nunca demasiado – una cuestión: el enemigo político es el enemigo público. Y ese concepto de “enemigo” reconoce los límites de lo íntimo, de lo personal y no los excede. Por lo tanto, cuando normalmente discutimos asuntos políticos o bien, temas del área de la política, con otros y nos agrupamos entre “amigos y enemigos” – eventualmente en un contexto relativamente informal – para que el debate sea realmente político debe mantenerse dentro de esos límites.

Con “realmente político” no se hace referencia a un debate político académico, sino a un debate que más allá del contexto se encuadre dentro de lo que llamamos propiamente política, porque es claro que ella está presente en los más diversos ámbitos de debate y en todos ellos puede ser afrontada de diferentes maneras, pero sería potencialmente mejor o más positivo que sea dentro de la estricta distinción del “enemigo público”, que no debe ser descalificado en términos de lo personal o tomando distinciones de otras áreas del pensamiento humano, como es la moral o la estética (sin embargo, no se pretende dar a entender que no pueden formar parte de la discusión). De esa manera difícilmente las discusiones desemboquen en otra cosa que no sea el acuerdo y el desacuerdo, la posibilidad de consenso o la inexistencia de la misma.

Por otra parte, en otro ejemplo, si esta distinción se tuviera en cuenta en su totalidad cuando se debate en los medios masivos de comunicación, podrían evitarse los equívocos sobre el “qué es la política” y el atribuirle a ella fenómenos que en lo absoluto le corresponde explicar y que acaban por distorsionar el concepto de la política y lo político. Un debate político debe ser abordado desde el completo entendimiento del concepto de “enemigo político”, o sea – una vez más y todas las que sean precisas – un enemigo público, con el que no se debe confrontar desde lo privado, desde lo moral, lo estético o lo económico.

Con discusiones de esas características, estrictamente públicas, se alcanzarían altos grados de debate político, provechosos y que procuren dar respuestas efectivas y considerables a las demandas de la ciudadanía. Ciudadanos que, por cierto, esperan soluciones a sus problemas y contestaciones a sus necesidades y no prestar oídos a discusiones de tinte agresivo y personal entre quienes deben representarlos políticamente, ni oír que “lo que necesita la gente es…”.

En todo caso, lo que necesita o, mejor, lo que merece la ciudadanía es un nivel de debate político autentico – que, es justo decirlo, no pocos llevan adelante – y positivo. Además, no sería difícil suponer que “los espectadores”, a quienes también podríamos pensar como electores, no se apartarían del concepto de la política, no le temerían ni recelarían y no evitarían discutirla, por el contrario, la comprenderían en su esencia.

Para respaldar un ejemplo de lo aquí dicho sobre los medios de comunicación, podríamos observar una imagen que compartió el diario Clarín acompañada de la siguiente descripción: “Un taxista colocó un cartel en su taxi donde aclaraba que no estaba interesado en hablar de política. El pasajero se puso ¡feliz!”. La foto (difícilmente haya una más descriptiva para este trabajo):

El énfasis del presente artículo se ubicó en la distinción de fondo de la política a partir del trabajo del politólogo Carl Schmitt, que es la de “amigo y enemigo” y en qué fenómenos no deben ser llamados “política” para no caer en habituales equívocos que distorsionan el concepto. Entendiendo que estos errores influyen en la noción que los ciudadanos construyen para sí de la política y, suponiendo que, los efectos de esa alteración tienen un alcance aún mayor. Porque siendo los ciudadanos también electores, la concepción que tengan sobre “la política”, “qué es y qué se hace con ella”, tendrá innegables influencias en su elección de partidos y candidatos.

Podríamos decir que la común expresión “de política mejor no hablemos” es una zoncera contemporánea respaldada por los medios de comunicación, las redes sociales, los discursos de gran parte de los representantes de la política y la invención de un imaginario erróneo que como adelantó Schmitt “define los más extraños asuntos y manipulaciones como política”.

Si pretendemos, no soñar el absurdo de que todas las facciones políticas un mágico día se pongan de acuerdo, sino simplemente que convivir con el desacuerdo y en el desacuerdo no implique vivir rodeados de potenciales enemigos personales, o mejor, que el desacuerdo no sea un motivo para la limitación del diálogo y, por el contrario, que la contrariedad nos aliente a debatir, precisamos de una herramienta: la política.

Quedan expuestos en este trabajo, por un lado, argumentos capaces de combatir de manera eficaz esta zoncera contemporánea que intenta despolitizar a los ciudadanos a través de la deformación del concepto de política. Y, por otra parte, una serie de implícitas sugerencias para el correcto abordaje de un debate propiamente político.

bibliografía

Schmitt, C. (1939). El concepto de lo político. Alemania.