Por Karim Alume

El camino al desarrollo se recorre a través de los consensos

El potencial de Argentina es una realidad latente que contrasta con los indicadores actuales de nuestro país.

Un país joven, con una democracia aún más joven, que ha renacido una y otra vez frente a cada una de las heridas profundas que provocaron los golpes cívico-militares del siglo 20.

Cómo podemos lograr que todo ese potencial latente se transforme en una realidad que impulse a nuestro país por la senda del desarrollo y cambie la calidad de vida de nuestro pueblo.

Arturo Frondizi, en su época ya planteaba un doble desafío para nuestro país. Un doble desafío que hoy tiene una vigencia absoluta. Un doble desafío que hoy se transforma en una doble responsabilidad para los sectores políticos de nuestro país. Por un lado, planteaba la necesidad de comenzar a transitar el camino del desarrollo, pero por otro describía como la integración social de los argentinos y el abandono de las antinomias, eran el motor de ese desarrollo. Un desarrollo que no sólo se caracterice por el crecimiento económico y productivo de nuestro país, sino por el crecimiento y el desarrollo humano de nuestra sociedad.

Esta premisa de Frondizi, tristemente, no se ha cumplido a lo largo de décadas, donde una y otra vez la desintegración, las antinomias, la hoy llamada grieta, ha frustrado de modo contundente cada uno de los procesos de desarrollo de nuestro país.

El primer paso para cambiar la realidad está en que no sólo la clase política, sino la sociedad toda, comprenda que la integración como sinónimo de unión de los argentinos resulta condición sine quo non para cambiar la realidad de nuestro país, ya que como explica Juan Domingo Perón en “La Comunidad Organizada”, el ser humano solo puede realizarse en una sociedad que se realiza.

No es posible proyectar el desarrollo de un país sin generar los consensos básicos que permitan lograr la continuidad de políticas de estado a través del tiempo y los procesos políticos.

En un país donde los extremos políticos rinden electoralmente y la palabra consenso es percibida con una valoración negativa por gran parte del electorado, es momento de no claudicar en la búsqueda de la integración de los argentinos.

La política amigo–enemigo en nuestro país ya ha demostrado cuales son los resultados, sin grandes diferencias entre quien gobierne y quien sea oposición.

Los disensos son parte de la vida democrática y hacen a la calidad de la democracia en la que vivimos. Pero cuando no se trata de disensos sino de antinomias, la democracia sufre el natural desgaste de no poder brindar respuestas a las necesidades de la sociedad.

Es importante tener presente que una cosa es construir consensos y otra muy distinta es constituir mayorías.

Las mayorías se construyen sobre la fuerza de un espacio político, los consensos se consolidan sobre la fortaleza de las políticas sobre las que recaen.

Las políticas establecidas a través de la construcción de mayorías tienen la particularidad de no tener continuidad en el tiempo, duran lo que el proyecto político que las impulsa. En cambio, los consensos terminan incorporándose a las plataformas políticas otorgándole a los mismos la capacidad de proyectarse a través del tiempo, sin disminuir su capacidad de transformar la realidad.

Por ello, es necesario que en una democracia donde los disensos fortalecen se logren acuerdos básicos sobre políticas de estado que permitan comenzar a transitar el camino del desarrollo y dar respuestas a las deudas sociales que padece nuestro país.

Como cualquier política de estado que pretenda ser eficiente debe proyectarse sobre un diagnóstico real, sobre el cual también debe existir consenso.

Los consensos básicos deben enfocarse a políticas centrales de la transformación de la realidad del país, debiendo plantear objetivos y metas claras de tal manera que puedan formar parte de las plataformas electorales de cada una de las fuerzas electorales.

Tres son los consensos que conforman la base de un programa de desarrollo para nuestro país, base desde la cual podrán nacer nuevos consensos sobre muchas otras políticas necesarias para transitar el camino del desarrollo.

La transformación del modelo productivo, la equidad educativa y la evolución del funcionamiento del Estado son tres programas, tres caminos, tres políticas de Estado interconectadas e interdependientes que deben formar parte de un programa común de la política argentina que encuentre a cada uno de los integrantes de nuestra sociedad no solo como beneficiarios sino como custodios del mismo.

Cada una de las transformaciones se nutren de los consensos para blindarlas de los cortoplacismos electorales de los que muchas veces se nutren las fuerzas políticas de nuestro país y que tantas veces han llevado al fracaso de las políticas públicas de mediano y largo plazo.

Cada uno de los consensos deben compartir dos ejes indeclinables; el federalismo y la vocación de iniciar el camino al desarrollo.

Cada uno de los consensos que se logren, implican tener una sólida conciencia de que es necesario llevar a la práctica valientes decisiones políticas, desligadas de las ataduras de “la próxima elección”, ya que no sólo se necesitan ejecutores técnicamente capacitados, sino un alto compromiso político que comprenda todos los sectores, que acompañe una determinación firme y sostenida de quien tiene a cargo la gestión ejecutiva, siempre sabiendo que nuestra historia ha demostrado una y otra vez que ninguna medida aislada funciona si no está asociada a un proyecto de nación.

Todo ello debe ir acompañado de un profundo cambio cultural que transforme la manera de ver al Estado y la manera de comportarnos como sociedad frente al mismo, ya que la sociedad debe pensar al Estado y la participación debe cambiarlo.

Creemos que este nuevo modelo es posible, solo debemos convertir al conjunto de actores de nuestra sociedad en densidad nacional. Densidad nacional a la que Aldo Ferrer definía como “la capacidad de una sociedad de producir procesos de construcción desde adentro hacia afuera”, que se construye en la historia a partir del comportamiento de la sociedad, de los liderazgos y de la capacidad de un pueblo de imaginar una realidad distinta.

IGUALDAD EDUCATIVA

La inequidad educativa un limitante para el desarrollo argentino

Si bien la problemática educativa tiene baja presencia en la agenda política y social; en una política agrietada donde el consenso parece mostrar debilidad para los votantes; debemos tener en claro que, dentro de cualquier acuerdo o programa a mediano y largo plazo, la transformación del sistema educativo debe ser uno de los ejes centrales ya que, a más equidad educativa menos subdesarrollo.

La historia demuestra que un paso previo al desarrollo de un país es el desarrollo humano de sus ciudadanos. Desarrollo humano que tiene como motor a la educación, siendo una de las características que diferencian claramente el crecimiento económico del desarrollo.

En la actualidad la educación argentina asienta gran parte de su funcionamiento en el hogar de cada uno de sus alumnos, por lo que las desigualdades e inequidades existentes en cada una de las familias terminan transformándose en desigualdades e inequidades en el acceso o en el ejercicio del derecho a la educación.

De esta manera, el acceso a la alimentación saludable, a los materiales de estudio, a los controles de salud, el nivel educativo de cada uno de los integrantes de las familias, las características edilicias de cada uno de los hogares, el desarrollo de la dinámica diaria de cada grupo familiar, las condiciones de vulnerabilidad de cada familia, etc., son elementos que terminan condicionando el goce y ejercicio del derecho a la educación cuando el sistema educativo asienta gran parte de su funcionamiento en el hogar de cada alumno, transfiriendo las múltiples inequidades y transformándolas en inequidad educativa.

Cuando la desigualdad socioeconómica se consolida en el ámbito escolar se niega el principio fundamental que debería gobernar el sistema educativo que es la igualdad de oportunidades, contribuyendo de esta manera a la reproducción intergeneracional de la pobreza. Diagnóstico ya constatado mediante reiteradas evaluaciones sobre la calidad educativa en nuestro país donde la brecha en el desempeño está marcada por el nivel socioeconómico.

La segregación de la calidad educativa, de un sistema que se desentiende de las desigualdades sociales, dificulta que el sistema educativo de nuestro país reduzca la inequidad y por ende sea una herramienta que posibilite el ascenso social económico y el desarrollo como comunidad. Siendo en definitiva la inequidad educativa un enemigo de la movilidad social ascendente que diere un rol destacado a la educación en la historia de nuestro país.

El principio de igualdad de oportunidades, entre otras cosas, nos dice que las posibilidades a las que accede cada individuo debieran ser independientes de las condiciones estructurales de origen sobre las cuales no tiene control. En materia educativa este principio ha demostrado que no sólo debe incluir el acceso a la educación, sino principalmente la calidad de la educación a la que se accede, que en nuestro país debe medirse conforme la capacidad del sistema educativo de educar con igualdad y calidad más allá de las condiciones de origen de cada alumno. Siendo en la actualidad una de las deudas del sistema educativo argentino su incapacidad para revertir las desigualdades sociales de origen.

No pudiendo soslayar que la escuela primaria resulta el pilar donde se asientan los demás niveles educativos, siendo en definitiva su transformación el paso inicial para garantizar una equidad educativa.

El rol de las políticas educativas resulta fundamental para lograr la equidad educativa, que en un país como el nuestro donde la gestión de los sistemas educativos está a cargo de cada provincia (lo que muchas veces termina generando mayores inequidades), plantea importantes desafíos, y requiere de un trabajo articulado entre el gobierno nacional y los gobiernos provinciales.

Uno de los grandes desafíos del desarrollo argentino, al igual que lo hicieron las naciones desarrolladas del mundo, está en tener a la educación no solo como un aliado indispensable, sino también como una pieza insustituible de un proyecto de desarrollo.

En el mundo actual, el potencial de una nación está determinado, en gran medida, por el desarrollo de su capital humano, que es el resultante de la calidad de la formación educativa de su población, de tal manera que garantizar el acceso a la educación es un condicionante del desarrollo económico a largo plazo. Ello es así, ya que la experiencia mundial demuestra que la educación impacta simultáneamente en la competitividad económica, en la equidad social y en la ciudadanía política; de allí que consideremos que la educación consolida y fortalece la democracia.

Se deben lograr los consensos necesarios para establecer programas a largo plazo que permitan volver a ubicar a las escuelas en el centro del sistema educativo y al sistema educativo en el centro de las políticas públicas del país.

Siempre teniendo como eje de dichos consensos la firme convicción la educación es el camino más firme al desarrollo argentino ya que no hay proyecto de desarrollo sin educación y no hay educación sin equidad educativa.

TRANSFORMACIÓN DEL MODELO PRODUCTIVO

Agregado de valor – Federalización de la producción

La transformación del modelo productivo debe ser parte de ese consenso político y social primario sobre los ejes de nuestro desarrollo; consenso que permita ir sumando contenido a medida que se va realizando con objetivos concretos y compartidos.

Este desafío forma parte de esa densidad nacional, de su redescubrimiento, consolidación y puesta en marcha, lo que permitirá la elaboración de un plan concreto de acción que persiga el objetivo común del desarrollo.

A lo largo de la historia, se destaca la inexistencia de políticas industriales coherentes y de largo plazo, se repiten leyes de promoción industrial, regímenes de desarrollo industrial, etc. Uno tras otro se han planteado programas referidos al sector industrial que permitieran enfrentar el problema central de la economía: la insuficiencia de divisas. Uno tras otro, sin los consensos necesarios que permitieran transformarlos en una política de estado que les brinde estabilidad ante los cambios de modelos políticos.

La falta de mayores logros se vincula con que la administración de las diferentes políticas asociadas al desarrollo estuvo cada vez más dominada por cuestiones de corto plazo, en las que pesaba cada vez más el clima político y social.

Cada una de las políticas de desarrollo productivo debió interactuar con una dinámica cíclica de corto plazo, que condicionó y condiciona el horizonte de posibilidades de alcanzar un desarrollo más profundo y estable.

La necesidad de revertir este estado es claramente uno de los principales objetivos que debe tener un proceso de transformación de la estructura productiva de nuestro país.

Los consensos deben definir el modelo productivo de nuestro país, siempre teniendo en cuenta que el mismo está intrínsecamente vinculado a la inserción internacional, la que termina condicionando con quien se comercia y qué, dentro de un esquema de política mundial en donde un país como Argentina dada la condición de periférico tiene el difícil desafío de revertir.

La simple inserción internacional como proveedores de materias primas no nos transforma en un país desarrollado; de allí el desafío de construir en nuestro país un modelo productivo con una estructura más diversificada y con mejor inserción internacional.

Se requiere una transformación, ya que el modelo productivo argentino asociado a sus riquezas naturales y al consumo interno concentrado representa, en la manera que está concebido, un ancla para el desarrollo.

En nuestro país debe plantearse un modelo de producción distinto, que promueva la expansión de la capacidad industrial, que privilegie la generación de divisas a partir de las exportaciones y sustitución de importaciones, que fortalezca la participación equitativa del país, que revierta la ya consolidada desnacionalización de su aparato productivo, que promueva el ingreso de inversiones a los sectores productivos dejando de lado el nocivo modelo de capitales de especulación financiera y que en definitiva permita tener un modelo productivo que logre equilibrar la balanza comercial de nuestro país.

Nuestra estructura productiva presenta un desequilibrio consolidado en el tiempo en términos de lo que exportamos versus lo que importamos que, aun cuando el país crece, enfrentamos el dilema de cómo financiar ese crecimiento. Es ese desequilibrio, en definitiva, el que debemos enfrentar si aspiramos a iniciar el camino del desarrollo; en sí, transformar el modelo productivo.

Esta transformación de nuestro modelo productivo requiere necesariamente que tengamos en claro que una materia prima que se exporta sin agregar valor es una oportunidad perdida. La producción primaria como oferta exportable sin agregado de valor es lo que claramente nos marca la distancia que nos separa del desarrollo.

Como decía Aldo Ferrer, la eliminación de ese desequilibrio crónico de la balanza de pagos es un requisito impostergable para el desarrollo, ya que no es posible que un sector rural eficiente deba ser el sostén de un modelo productivo cerrado e ineficiente.

Tal y como está planteado el modelo agroexportador de nuestro país, su insuficiente generación de divisas termina configurándose como un techo a cualquier programa de industrialización que no conciba al agregado de valor como un eje fundamental.

Es necesario impulsar una agenda de innovación y cambio tecnológico, para intervenir de modo inteligente y activo en la definición de un perfil productivo integrado al mercado mundial.

Para ello, los consensos para la transformación productiva de la Argentina deben incluir de manera sólida a la ciencia y tecnología como política de estado. Posicionar a la ciencia y la tecnología como política de estado es uno de los actos de rebelión más importantes que nuestro país puede tener frente a la división internacional del trabajo que nos quiere como un país “primarizado”: productor de materias primas sin valor agregado.

Cuando planteamos la transformación productiva, también tenemos que tener presente que el alto nivel de desigualdad económica de las regiones, provincias y localidades en nuestro país genera, entre otras cosas, migraciones internas, crecientes costos de aglomeración en los polos desarrollados y desmejoramiento relativo de las regiones deprimidas, dividiendo nuestro país entre zonas que concentran la mayor actividad económica y otras que se constituyen en exportadoras de manos de obra hacia áreas desarrolladas.

Proyectar y construir políticas públicas inspiradas en el desarrollo, en la geografía económica, en la localización y en la competitividad son claves para fortalecer la integración territorial, no sólo desde el punto de vista económico y productivo, sino también desde el social y humano.

De esta manera, creemos que el desarrollo más equitativo entre las diferentes regiones de nuestro país debe estar ligado al crecimiento económico y a la expansión productiva.

Descentralizar geográficamente el sector industrial implica no solo concebir el agregado de valor en origen como un aliado fundamental, sino también el uso óptimo de la infraestructura ya existente, así como el desarrollo de nuevas metas en materia de infraestructura que estimule el desarrollo industrial federal, teniendo siempre presente que la planificación del modelo logístico de nuestro país es determinante para el cambio de nuestra matriz productiva.

Para cada una de estas transformaciones es necesario tener una sólida conciencia industrial ya que la industria como herramienta fundamental para el agregado de valor y transformación productiva es un fenómeno económico, político y social.

Por ello, para revertir esta realidad, para transformar nuestra matriz productiva, se requiere por un lado una profunda convicción nacional que se materialice más allá del discurso y un plan de desarrollo consensuado, consistente y que se sostenga en el tiempo. Parte de dicha convicción nacional se basa en tener en claro que los adversarios son aquellos que a lo largo de la historia han lucrado con el subdesarrollo de nuestro país.

Para la transformación de nuestro modelo productivo, que combine el agregado de valor y la federalización como ejes fundamentales, debemos concebir a la industria como protagonista de este, ya que es a fin de cuentas un potente generador de empleo, que en nuestro país es el catalizador más importante de la redistribución de la riqueza y la justicia social.

TRANSFORMACION DEL MODELO DE ESTADO EFICIENTE

La necesidad de articulación conjunta del desarrollo y la reforma del Estado

Si el problema de la Argentina es el subdesarrollo que hay que revertir, lo primero que tenemos que diagnosticar es como está conformado.

Un claro rasgo de los Estados subdesarrollados es la deficiente gestión pública. Es por ello que debe analizarse el cómo y el porqué de ella.

¿Es posible lograr el desarrollo de un país integrado por un estado central y por estados subnacionales ineficientes? Creemos que no. Es necesaria una transformación del Estado que prepare al conjunto para afrontar los desafíos del desarrollo.

Sabiendo que el desarrollo no se importa, sino que se construye desde adentro, hoy en día las cadenas que ahogan nuestra autodeterminación económica y social son en su gran mayoría internas.

¿Las diferentes transformaciones pueden lograr una cura estructural del país que no cuenta con un Estado eficiente? ¿O la ineficiencia de la organización estatal terminará frustrando las transformaciones necesarias para el desarrollo?

Ya en 1962 Frondizi planteaba que el gobierno debe convertir al Estado y a su administración en un factor dinámico de la actividad económica, en lugar de ser un factor paralizante e improductivo caracterizado por la ineficiencia en su administración, ya que la administración pública es sólo un instrumento de la actividad del Estado a favor de la comunidad, si ese instrumento es ineficaz, el Estado no puede cumplir cabalmente su función.

La historia económica argentina tiene una dinámica a largo plazo que está caracterizada espasmos de fuertes crecimientos, acompañados por exacerbadas contracciones que se sustentan en recurrentes crisis fiscales y serios problemas estructurales, historia que se repite indefectiblemente en nuestro país y que algunos autores han denominado como “ciclo de ilusión y desencanto”.

Para salir de esta situación no sólo será necesario lograr una estabilidad macroeconómica, sino también realizar profundas reformas estructurales a nivel nacional y subnacional.

¿Estamos dispuestos como conjunto de provincias que integran una nación a plantear políticas estadistas a mediano y largo plazo que permitan combatir el diagnóstico? Todo ello en un país donde el cortoplacismo es una constante y la próxima elección condiciona los desafíos estadistas que requiere el desarrollo.

En este sentido los consensos básicos para iniciar el camino del desarrollo deben tener en cuenta que para formularse y ejecutarse políticas públicas a corto, mediano y largo plazo deben tener como herramienta fundamental una gestión estatal eficiente, disciplinada, transparente y con prioridades definidas con criterio estadista, de tal manera que el accionar del estado promueva el desarrollo en lugar de obstaculizarlo.

Todas estas reformas no son posibles sin un cambio estructural y cultural de las sociedades ya que la comprensión de dicho diagnóstico no será posible si no es en conjunto como sociedad.

Ese es el desafío de los consensos básicos; el cambio de paradigma en el sistema de gestión pública que posibilite encausar al país en el camino del desarrollo.

Ello concibiendo que el pensamiento nacional como cambio cultural para alcanzar el desarrollo no sólo debe darse pensando en la nación sino también en las provincias que la componen.

El compromiso es doble, por un lado una dirigencia política que se comprometa a afrontar esta transformación del funcionamiento del Estado, y por el otro una sociedad que sea protagonista de un cambio cultural profundo, que haga que el concepto de ciudadano compuesto por derechos y deberes cumpla un rol activo en el desarrollo y control de esta transformación.

Este es uno de los tres grandes desafíos que nos plantea un nuevo camino para nuestro país; el camino de los consensos, pero es un eje central, ya que no hay manera de dar los primeros pasos hacia el desarrollo sin la vocación de transformar el mecanismo institucional que será el encargado de llevar adelante dicha revolución.

COROLARIO

La desesperanza es el combustible de la desunión de los argentinos. La desigualdad, la inequidad, la falta de respuesta a las necesidades, la falta de ejercicio de tantos derechos que han quedado plasmados en nuestra constitución, son la base desde la cual la desesperanza condiciona el futuro de nuestro país.

La desesperanza de cada uno de nuestros ciudadanos es no solo un llamamiento a la política, sino a la sociedad en su conjunto; debemos pensar como sociedad y volver a generar la esperanza que convoque a cada uno de los argentinos a tomar un rol activo en el desafío que enfrenta nuestro país.

Si el conjunto de la sociedad no se involucra, la política deja de representar al pueblo y solo representa a la política, un largo camino que se ha transformado en nuestro país en un círculo que se retroalimenta y se fortalece, teniendo a los ciudadanos cada vez más lejos de la responsabilidad pública de gestionar.

Por supuesto que la gran responsabilidad recae sobre la política, pero debemos tener en cuenta que si no llevamos las transformaciones fundamentales en la sociedad nada cambiará en la política ya que la misma es una expresión de nuestra sociedad.

De nada sirve pensar que la próxima elección cambiará el destino de nuestro país, las transformaciones que requiere nuestra sociedad deben atravesar un largo camino que se proyecte a través del tiempo y los cambios políticos que traen consigo las elecciones, para lo cual se deben generar los consensos básicos que permitan continuar las políticas de estado a través del tiempo y los procesos políticos.

La próxima elección no tendrá ganadores si nuestra sociedad la da la espalda a la política y la política sigue dándole la espalda al pueblo.

Por ello debemos generar un nuevo punto de partida, a través de los consensos básicos para poner en marcha la esperanza de cada uno de los argentinos, siempre teniendo presente que no es una elección lo que cambia un país, es la decisión de un pueblo que se revela en busca de su futuro.