Por Antonela Tomatis

A la sombra de Tratados Internacionales de Derechos Humanos e instituciones públicas que alzan la bandera de la democracia e independencia, siguen ocurriendo aberraciones que datan de la  época colonial, en nuestro territorio y sobre los cuerpos de nuestras mujeres y niñas.

Ante las reiteradas y poco difundidas denuncias de un grupo de mujeres wichís por hechos de violencia sexual, principalmente en las provincias de Salta, Jujuy, Formosa y Chaco, se puso sobre la mesa un delito encubierto como práctica cultural ancestral, que somete a las feminidades y diversidades originarias desde el colonialismo. Estas mujeres exigen que la justicia lo tipifique, buscando definirlo como lo que es, un crimen de odio.

La organización Mujeres Indígenas por el Buen Vivir (conformado por mujeres de las 40 Naciones indígenas) emitió un comunicado anunciando la presentación de un pedido de audiencia, de carácter urgente, con el presidente Alberto Fernández para entregarle en mano el exigitorio para la prevención y abolición del “chineo”. Esta fue una decisión consensuada durante el 3er Parlamento Plurinacional de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir en la provincia de Salta.

La organización señalo en sus redes oficiales que “Frente la letanía del Estado en resolver los crímenes vinculados al #Chineo que lleva siglos de práctica sistémica, en formas crueles y aberrantes sobre nuestros cuerpos territorios, entendemos que cada minuto que demora el Estado en responder nuestra demanda, hay infancias indígenas que están siendo violadas en manos de hombres impunes, protegidos por este sistema colonial, racista y misógino. No tenemos tiempo de esperar un hueco en una agenda que nada tiene que ver con nuestras urgencias.”

Ahora bien, ¿de que hablamos cuando hablamos de “chineo”? El chineo es el abuso sexual sistemático de niñas y mujeres indígenas, por parte de hombres adultos, terratenientes, con poder político y económico. Ocurre principalmente en las provincias del norte del país. Puede seguirse de homicidio criminis causa, femicidio, embarazos no deseados, suicidio o la devolución de las mismas como si nada hubiera pasado.

También hablamos de premeditación, se acuña el término “andar de chinas”, la practica de salir a “cazar” en manada como si de animales se tratara. El cuerpo otra vez como objeto, amedrentado, el cuerpo originario, femenino, infantil, usable y descartable.

La práctica, data de la época colonial y lo verdaderamente alarmante, es que subsiste hasta el día de hoy. Estamos hablando de secuestro y abuso sexual con acceso carnal de niñas y mujeres, pero por alguna razón, no es noticia en medio hegemónicos de comunicación.

Podríamos enmarcarlo, incluso, dentro del etnocidio que sufren los pueblos originarios. Existen tantos tipos de violencia contra la mujer que muchas veces perdemos la cuenta. Pero no por eso dejaremos de mencionarlos, a los gritos de ser necesario.

Desde la organización de las mujeres originarias y los organismos de derechos humanos, junto con activistas, exigen tanto al gobierno nacional como a los provinciales y municipales que incorporen la violación de niños y mujeres indígenas por parte de hombres no indígenas en el código penal como un delito de odio agravado.

La campaña #BastaDeChineo pretende erradicar esta práctica y legislarla, ya que por momento estaría encuadrada en tipos genéricos de los delitos de abusos sexuales, sin tener en cuenta sus notas características, que son no solo la misoginia, sino también el racismo, abuso de poder y pederastia.

Juana Antieco, mujer mapuche perteneciente al MMIBV, agrega: “Queremos que sea declarado imprescriptible. No vamos a parar hasta estar en la agenda política y judicial para que esto realmente tenga condena”. “no existe la justicia por la sencilla razón de que a las pocas mujeres que se animan a ir a la policía, no les recepcionan las denuncias. Más si se trata de hombres blancos, criollos, que tienen poder adquisitivo, que son amigos de los comisarios y de los jueces. Y además, hay muchas mujeres que no son hispanoparlantes. Es todo una cadena”.

Respecto a la tipificación especifica de este delito, se diferencia de la categoría de violación grupal o abuso sexual en manada, para marcar la carga colonial y racista de esta práctica. Más allá de debates semánticos, la urgencia es visibilizar y exigir que se tomen medidas para su prevención y abolición.

“Utilizamos la palabra chineo como categoría política para redimir el orígen de este crimen colonial, que da cuenta de como se han racializado nuestros cuerpos-territorios y devaluado nuestras vidas. Vamos a seguir utilizándola hasta erradicar la impunidad. Sabemos que hablar de “chineo” o de “salir a chinear”, como dicen ciertos varones, es una palabra ajena a la cosmovisión indígena, y que incluso ofende a muchas hermanas. Pero creemos que el único modo de desnaturalizar una práctica silenciada históricamente, es describirla y llamarla por el nombre con que se la conoce y se reproduce. Si la omitimos estamos negando que ellos la llaman así.” Asi lo menciona la organización en su último comunicado oficial.

Un punto de análisis para esta conducta es la interseccionalidad, herramienta analítica que reconoce que las desigualdades sistémicas se configuran a partir de la superposición de diferentes factores sociales como el género, la etnia, y la clase social. En esos cuerpos se juega la interseccionalidad de casi todas las opresiones. Toda frontera cultural implica una jerarquización social, de poder y de saber.

El antropólogo del Ministerio Público de la Defensa de Salta, Martín Yañez, enfatiza en que las violaciones en banda a mujeres de comunidades indígenas, conocidas como «chineo», necesitan ser reconocidas como una de las formas de violencia de género, con componente racista y requieren de políticas públicas que las condenen. «Es un delito no solo de violencia de género sino también de odio racial porque el criollo le niega la condición de humanidad a ese otro indígena y cree que tiene acceso a todo lo que hay en el monte, incluso a estas mujeres y niñas”.  

Quizá el caso más conocido, sea el de Juana, nombre ficticio desde luego, una niña wichí, de 12 años, perteneciente al Alto de la Sierra, que quedó embarazada luego de ser abusada por ocho hombres el 29 de noviembre de 2015. Juana tiene una discapacidad motriz y mental, vive en condiciones de extrema pobreza, es analfabeta y, al momento del hecho no hablaba castellano. De los resultados ADN practicados resultó que no correspondía con el de ninguno de los imputados. A Juana la venían abusando desde antes, más personas que las denunciadas. 

Su madre, quien realizó la denuncia, recibió amenazas y presiones para desistir de su reclamo de justicia. La investigación tuvo varias irregularidades que terminaron con el cambio del fiscal. A Juana la trasladaron para testificar en Cámara Gesell en la caja de una camioneta durante cinco horas con los imputados. Además, los policías que tomaban la denuncia eran parientes de los abusadores. La sentencia fue histórica porque el Estado se convirtió en querellante a través de la Defensoría de Víctimas de Violencia de Genero y porque los imputados obtuvieron una sentencia de 17 años. Historia contra la impunidad sistema y estructural.

La brecha es tan larga que llega al horizonte, el no hablar el mismo idioma, y que el ámbito judicial y de salud no brinde traductores zanja de manera tajante la falta integración, interculturalidad y capacitación en género para los funcionarios públicos.

Pero Juana no fue la única, en enero y marzo del corriente año, se encontraron los cuerpos de Pamela y Florencia, al lado de dos carreteras provinciales de Salta, presentaban signos de violencia sexual. Estos feminicidios resonaron poco, rozando la nada, en los medios nacionales. Pero en el interior de las comunidades indígenas no hubo marcha atrás, comenzaron a romper el silencio, casi una treintena se animaron a denunciar que habían sido abusadas.

Y eso hacemos, cuando le pasa a una salimos a gritar todas, porque no eran las únicas, porque no estamos solas. Nos trasformamos en colectividad, es nuestra forma de conquistar derechos. Lamentablemente, a la mujer los derechos nunca le han sido innatos, son productos de luchas históricas. Los conquistamos a fuerza de pulmón. Porque si tocan a una nos tocan a todas, y al final de cuentas, resulta que todas hemos sido tocadas y tenemos una historia que contar.