Por Luis Ignacio Brusco

En cuestiones de adicciones las prohibiciones son muchas veces contraproducentes. Especialmente porque es muy sabido que lo prohibido produce mayor deseo, un mecanismo harto conocido en psicología infantil y psicología de masas. La prohibición genera además el mecanismo de mercado negro, es decir narcotráfico; con lo que ello implica.

Prohibir el uso del cannabis primero produce mecanismos ilegales en la oferta que conlleva al delito. Segundo no permite el conocimiento de lo que las personas adictas incorporan a su cuerpo, pudiendo ser sustancias altamente tóxicas. Tercero el mecanismo prohibitivo aumenta los procesos de pase a otra drogas más complejas y duras; como cocaína, sintéticas u opioides que llevan una gran agresión incoercible sobre sistema nervioso.

La permisión del consumo del cannabis recreativo activa el control del consumo del mismo. Con estadísticas epidemiológicas, control del uso, conocimiento de cantidad, tiempo y calidad del utilización. Posibilita además campañas sanitarias que eduquen sobre los problemas que puede producir su consumo en ciertas poblaciones, además de su utilización descontrolada.

Un permiso regulado del consumo del cannabis, que genere la despenalización de la utilización recreativa, quitaría el estigma sobre este tipo de consumidores que se encuentran altamente difundidos en todas las clases sociales, dejando el capítulo penal de esta sustancia para dar paso al sanitario, con una regulación de educación de riesgos y auditoría desde el estado.

El control por el sistema de salud es la mejor posibilidad para el consumo de una droga blanda de alta difusión que tiene sin embargo tiene una toxicidad similar o menor al tabaco o el alcohol, que son drogas lícitas. El control estatal generará así disminución de daños individual y social. Especialmente por una sustancia además ya aprobada para tratamientos como dolor o epilepsia, pero que sin embargo puede ser un problema sanitario cuando se convierte en un trastorno por consumo indiscriminado o si se utiliza en forma descontrolada en diferentes instancias, como ciertas edades o excesivas cantidades. Por ejemplo, puede generar desde psicosis, depresiones o ansiedades graves entre otros; cuestiones que deben poder manejarse desde el sistema de salud.

El libre albedrío asociado a la regulación del estado debería ser la mejor herramienta para la disminuir daños. Plantea el especialista en conducta humana Roy Baumeister, de la Universidad de Queensland de Australia, que por ejemplo en consumo de tabaco el fumador prioriza la decisión a corto plazo por sobre la de largo. Los que se llama sesgo de “descuento hiperbólico”, es decir priorizar la satisfacción temprana por sobre los riesgos a largo plazo. El sujeto que deja de fumar haría lo inverso, permitiendo hacer campañas preventivas basadas en la susceptibilidad a la recompensa y no al castigo.

En drogas legales como el tabaco resultan mucho más efectivas las campañas públicas para dejar de fumar, en las que se otorga a los personas la posibilidad que manejen su libertad de decisión y del control de sus instintos. Esto se ha demostrado en un programa público australiano, donde se le indicó las problemáticas del tabaquismo, pero no se le sugirió ninguna incapacidad de libre albedrío.

Este formato tuvo un alto éxito, según plantea el especialista Simon Chapman en un importante trabajo publicado en PLOS/medicine. Chapman plantea a estos planes como más efectivos, podría considerarse que el mensaje de posibilidad de una toma de decisión adulta dignifica y valora a la persona, sin tratarla de discapacitado en una de las áreas de su vida.

Se debe en esa instancia diferenciar al consumidor del traficante, la libertad de acceso controlado haría desparecer al traficante y manejar los problemas de salud.

Muchos estados de EEUU tienen ya regulado el consumo de la marihuana, también Uruguay y Canadá. Además México espera el voto del Senado para aprobar su legalización.

La prohibición estricta del cannabis que no presenta mayores dificultades que el alcohol o el tabaquismo es un error, sólo empeora las causas y las consecuencias sociales y/o sanitarias. Reconocer la existencia del problema y la extensión social del mismo es manejarse con criterios reales y asertivos. Lo posible es enemigo de lo perfecto.