Por Karim Alume
La historia demuestra que un paso previo al desarrollo de un país es el desarrollo humano de sus ciudadanos. Desarrollo humano que tiene como motor a la educación y que es una de las características que diferencian claramente el crecimiento económico del desarrollo.
La pandemia que azota al mundo desde 2019, dentro del conjunto de padecimientos que trajo consigo para las distintas sociedades de nuestro planeta, impactó fuertemente en los sistemas educativos de las diferentes naciones del mundo. Cada una de ellas elaboró y desarrolló diferentes estrategias para enfrenar el gran desafío de educar en pandemia.
Nuestro país no fue ajeno a esa realidad, pero las diferentes estrategias trazadas pusieron en relieve una realidad propia de nuestro sistema educativo; la educación argentina asienta gran parte de su funcionamiento en el hogar de cada uno de sus alumnos, por lo que las desigualdades e inequidades existentes en cada una de las familias terminan transformándose en desigualdades e inequidades en el acceso o en el ejercicio del derecho a la educación.
No es algo nuevo, que no se conozca, es uno de los tantos diagnósticos que pasaron a ser evidentes con la crisis provocada por la pandemia.
De esta manera, el acceso a la alimentación saludable, a los materiales de estudio, a los controles de salud, el nivel educativo de cada uno de los integrantes de las familias, las características edilicias de cada uno de los hogares, el desarrollo de la dinámica diaria de cada grupo familiar, las condiciones de vulnerabilidad de cada familia, etc., son elementos que terminan condicionando el goce y ejercicio del derecho a la educación cuando el sistema educativo asienta gran parte de la educación en el hogar de cada alumno, transfiriendo las múltiples inequidades y transformándolas en inequidad educativa.
Cuando la desigualdad socioeconómica se consolida en el ámbito escolar se niega el principio fundamental que debería gobernar el sistema educativo que es la igualdad de oportunidades, contribuyendo de esta manera a la reproducción intergeneracional de la pobreza. Diagnóstico ya constatado mediante reiteradas evaluaciones sobre la calidad educativa en nuestro país donde la brecha en el desempeño está marcada por el nivel socioeconómico.
La segregación de la calidad educativa de un sistema que se desentiende de las desigualdades sociales dificulta que el sistema educativo de nuestro país reduzca la inequidad y por ende sea una herramienta que posibilite el ascenso social económico y el desarrollo como comunidad. Siendo en definitiva la inequidad educativa un enemigo de la movilidad social ascendente que diere un rol destacado a la educación en la historia de nuestro país.
El principio de igualdad de oportunidades, entre otras cosas, nos dice que las posibilidades a las que accede cada individuo debieran ser independientes de las condiciones estructurales de origen sobre las cuales no tiene control. En materia educativa este principio ha demostrado que no sólo debe incluir el acceso a la educación, sino principalmente la calidad de la educación a la que se accede, que en nuestro país debe medirse conforme la capacidad del sistema educativo de educar con igualdad y calidad más allá de las condiciones de origen de cada alumno. Siendo en la actualidad una de las deudas del sistema educativo argentino su incapacidad para revertir las desigualdades sociales de origen.
La transferencia de las inequidades de cada hogar al sistema educativo, tal como funciona actualmente, tienen sus principales efectos en el desarrollo de habilidades en la primera infancia, que condicionan sus resultados en la adultez, tales como logros educativos e ingresos entre otros. No pudiendo soslayar que la escuela primaria resulta el pilar donde se asientan los demás niveles educativos, siendo en definitiva su transformación el paso inicial para garantizar una equidad educativa.
Si bien la problemática educativa tiene baja presencia en la agenda política y social; en una política agrietada donde el consenso parece mostrar debilidad para los votantes; debemos tener en claro que, dentro de cualquier acuerdo o programa a mediano y largo plazo, la transformación del sistema educativo debe ser uno de los ejes centrales ya que, a más equidad educativa menos subdesarrollo.
El rol de las políticas educativas resulta fundamental para lograr la equidad educativa, que en un país como el nuestro donde la gestión de los sistemas educativos está a cargo de cada provincia (lo que muchas veces termina generando mayores inequidades), plantea importantes desafíos, y requiere de un trabajo articulado entre el gobierno nacional y los gobiernos provinciales.
Uno de los grandes desafíos del desarrollo argentino, al igual que lo hicieron las naciones desarrolladas del mundo, está en tener a la educación no solo como un aliado indispensable, sino también como una pieza insustituible de un proyecto de desarrollo.
En el mundo actual el potencial de una nación está determinado, en gran medida, por el desarrollo de su capital humano, que es el resultante de la calidad de la formación educativa de su población, de tal manera que garantizar el acceso a la educación es un condicionante del desarrollo económico a largo plazo. Ello es así, ya que la experiencia mundial demuestra que la educación impacta simultáneamente en la competitividad económica, en la equidad social y en la ciudadanía política; de allí que consideremos que la educación consolida y fortalece la democracia.
Debemos volver a ubicar a las escuelas en el centro del sistema educativo y al sistema educativo en el centro de las políticas públicas del país. No hay proyecto de desarrollo sin educación, no hay educación sin equidad educativa.
La educación es el único camino al desarrollo argentino.